miércoles, 30 de abril de 2014
domingo, 27 de abril de 2014
La hora del espía
¿A quién no le ha pasado? Quedarse despierto hasta que toda
la casa está en silencio, roto ocasionalmente por los ronquidos de alguien
(aquí no señalamos a nadie).
Decides que tienes que seguir el ejemplo, básicamente para
poder levantarte a la mañana siguiente (o a las pocas horas, según se vea) así
que apagas las luces y cierras los ojos. Es el momento en el que tu vejiga
decide hacer acto de presencia. Y por mucho que intentes ignorarla, las ganas
de ir al baño aumentan. Finalmente te rindes y apartas las mantas.
Te pones de pies todavía a oscuras y te acercas a la puerta.
La abres con un cuidado supremo y con tal lentitud que a alguien le ha dado
tiempo de hacer la novena sinfonía en versión ronquidos. Suspiras cuando la
puerta se abre sin hacer ruido el trozo suficiente para que tú puedas salir.
Caminas a los largo del pasillo de puntillas. En cierto
momento entras en el modo misión imposible y vas arrastrándote con cuidado contra
la pared, manejando un arma imaginaria. En algún crecendo de los ronquidos
hasta te atreves a hacer un superhipermega movimiento por el suelo, como si
pudieras deslizarte por las alfombras de tu madre. Cosa que no pasa.
En estos momentos puede pasar que aparezca alguien que como
tú tenga una vejiga defectuosa, cosas de los genes y te interne. Las aventuras
sin riesgo… no.
En caso contrario, por fin, llegas al baño, haces tus cosas
y ves que tienes otra misión por delante: volver a la cama. Tiras de la cadena
con cuidado, aunque esta siempre hace el mismo ruido y aprovechas ese ruido
para correr a tu habitación y que enmascare tus pasos.
Ya a salvo en tu habitación y con una sonrisa de
satisfacción en la boca empujas la puerta para cerrarla. Chirria. ¿Quién engrasa
estas cosas? ¿La han engrasado alguna vez? Escuchas y no oyes nada. Bien.
Te vuelves a meter en la cama y te tapas hasta arriba
mientras sonríes porque: misión completada.
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